Ignacio de Loyola fue un soldado roto que reinventó su batalla en el silencio. Su legado no es piedra, sino fuego: los Ejercicios Espirituales como mapa para navegar el caos interior en una era de respuestas instantáneas. Hoy, cuando el mundo clama por discernimiento entre el ruido, Ignacio enseña a escuchar la grieta donde lo humano y lo sagrado se funden. Los jesuitas, herederos de su «en todo amar y servir», desafían fronteras: aulas que integran ciencia y compasión, periferias donde la justicia se escribe en plural. Su influencia no está en altares, sino en la pregunta que late: ¿cómo incendiar de sentido lo efímero? Ignacio, místico práctico, responde desde el siglo XVI: hallando lo eterno en el latido concreto de lo que duele, trasciende y transforma.