Dijo Vicente Aleixandre en su discurso de recepción del premio Nobel, «Tradición y revolución. He ahí dos palabras idénticas» pero, desgraciadamente la tradición sirve principalmente para que nada cambie, para que los defectos de nuestra sociedad perduren y queden más enquistados en un entorno que ya cambió y que, por ello, los hace más evidentes.

Aunque la vitalidad de una tradición depende de su capacidad para renovarse, pudiendo modificar su forma para adaptarse a nuevas circunstancias, sin perder por ello su sentido, una visión conservadora ve en ella algo que preservar de manera fiel y acrítica, utilizándola como un arma contra todo cambio.